Amadrinados por una extraña y atractiva mujer llamada Crihs que, pudiendo ser una diva en cualquier lugar del mundo, sin embargo “regenta una taberna” en una ciudaducha, un grupo de muchachos (bueno; ya no tan jóvenes…) consiguen romper sus cadenas sociales y morales, dejar atrás sus cómodas vidas cotidianas para embarcarse en una labor demencial y peligrosa, auspiciados por el mejor sentimiento del mundo; la amistad y la aventura. El riesgo siempre bueno. El arte a cualquier precio. Para intentar, al sistema que les condena al miedo y al aburrimiento, “robarle sus propias vidas”. Sin embargo, pronto acaban reconociendo que el fin último de su aventura ha dejado de importarles. Que el medio es el fin. Que se han convertido en otra clase de seres, mejorados, mágicos, disfrutando el viaje sin preocuparse de que en la estación de llegada los espere la victoria o la tragedia. En sus propias palabras: “locos simpáticos, seres infinitos redimidos de edenes tramposos, incansables hasta el riesgo de caer reventados como caballos de carreras, libres de expresar sus emociones a risas sin medida, aplaudiendo sin vergüenza, llorando sin prudencia, poéticos como para estremecernos por ser capaces de ver en todo el escalofrío de la belleza trágica…”
Por supuesto, todos están “virulentamente enamorados de Crihs”, aunque en el fondo reconocen, Crihs incluida, que a quien quieren es a Fran.