Cada fin de semana miles de jugadores de baloncesto juegan en diferentes competiciones de todos los niveles. La idea, se supone, ha de ser divertirse, aprender, mejorar… y ganar. Ganar, como es lógico en nuestro deporte, solo lo consigue cada semana el 50% de los equipos que intervienen. Lo otro, divertirse, aprender y mejorar, tendría que ser el objetivo prioritario, ya que depende de nuestra manera de ver y enfocar las cosas y el juego, de modo que tenemos muchas más opciones de control.
Sin embargo, si nos dejamos caer por cualquiera de las pistas en las que se juegan partidos donde intervienen jugadores jóvenes, no tenemos precisamente esta impresión. Son demasiado frecuentes las malas caras, la excesiva ansiedad, los malos gestos, las actitudes inadecuadas, los gritos constantes, de entrenadores y de jugadores.
Este trabajo es una propuesta para dejar que los jugadores disfruten de algo que les apasiona, del placer que proporciona la propia actividad en sí misma, para que mejoren sin la innecesaria intervención y presión constante a la que les tenemos acostumbrados los entrenadores, para que puedan desarrollar todo su potencial.