Ubíquese el/la lector/a en su época, en su territorio, en el sistema de atención sanitaria que le haya tocado en suerte. Ejerza la crítica, la de su experiencia personal, tanto en relación con lo propio como en lo ajeno conocido en un campo específico:
la atención sanitaria a los trastornos mentales.
A partir de ahí, considere que lo que en el relato sucede se mueve, sin pretensión alguna de planteamiento, nudo y desenlace, en dos espacios de realidad. El primero hace referencia a un modo de abordaje de tales disfunciones que fue, y que podría volver a ser, si el «imperativo categórico» del sistema político económico que nos contiene, es decir: reciba, clasifique y recete YA, para poner al sujeto padeciente en posición de volver a producir o para colocarlo en los márgenes, entre los deshechos sin más contemplaciones, no se hubiese consolidado con tal eficacia.
El segundo, como acertadamente se pregunta en el prólogo, tiene que ver con la «imposición» de formas singulares de realidad en más sujetos de los que se supone que se configuran así, entre otras determinaciones, por la influencia nada desdeñable de un discurso que promueve de forma insidiosa y constante el destrozo de los vínculos humanos en favor del consumo de todo tipo de objetos, también los fármacos, y de sucedáneos sustitutorios que nos sumergen en un goce idiota, individual, claro.
Los personajes que deambulan por el libro, tómelos el lector/a como un agregado de rasgos que les dan soporte. No existen como tales, ¿o sí?