En Ovejas se entremezclan relatos de una infancia con antiguos cuentos infantiles que la abuela de los niños protagonistas les contaba cada noche, siguiendo un rito ancestral y ya casi perdido: consiste en que una narradora relate cuentos ante los ojos boquiabiertos de unos niños que en muchos casos no entienden, pero que pueden seguir con los pasos, rastreando las pistas, de la imaginación.
Los niños habitan una especie de casa encantada presidida por la figura tutelar de la abuela. Es ella la que parece disponer o crear los lugares donde los niños pasan el día, comen, duermen, juegan, se bañan en la piscina, escuchan las conversaciones de los adultos, ríen. El abuelo también les acompaña, les lleva al pueblo a comprarles juguetes y golosinas, y, sobre todo, les enseña a vivir sin prisa. Los abuelos son los guardianes de un mundo prodigioso que ocurrió sólo una vez, en la infancia.
Y es esa infancia la que Ovejas mira. La narradora es consciente de que algo de lo que ella es, de lo que tiene y atesora, se construyó en ese castillo o paraíso infantil que en estos relatos trata de volver a mirar, para poder rescatarlo, como si quisiese apresar de ese modo aquel mundo perdido. Porque sabe, como escribió la poeta Louise Glück en el poema Nostos de su libro Padreras, que «miramos el mundo una sola vez, en la infancia. Lo demás es memoria».
Mar García Lozano