Cada día la vida se abre ante nuestra mirada esperando ser comprendida y amada. Ella se revela como un vasto horizonte que invita a leer lo que la constituye en profundidad y a ser acogida en la gratuidad de su ser. Desde el más pequeño de los gestos, hasta la más compleja de las constelaciones; desde el beso tierno que da la bienvenida a la vida, hasta la realidad del adiós último; hay un misterio, una palabra única, que refleja el sentido maravilloso que lo armoniza todo, que descubre el compromiso ético reclamado por el vivir y que nos lleva a la verdad a la cual hemos sido convocados.
De ahí que todo ser humano esté llamado a la contemplación, es decir, a encontrar la entraña, la raíz y la verdad de todo lo que experimenta y piensa. De ahí que contemplar sea saber descubrir el alma de todo. Desde esta mirada única siempre habrá motivos para creer, para amar y para saber esperar. Muchas veces son las palabras, escritas de muchas maneras, pero siempre nutridas de sentido, las que nos despiertan a esta experiencia única de ir más allá de lo evidente.