Podría decirse que este poemario es, más que un libro, una mesa de operaciones en la que el poeta se autodisecciona sinceramente, con crudeza, y hasta con crueldad en ocasiones para llegar al tuétano de sus sentimientos, de su existencia. En el primer capítulo, «Identidad» , se nos presenta como un hombre humilde, casi desvalido, que se ha visto forzado a emprender un «Camino» (segundo capítulo) que no siempre ha sido el deseado ni el más fácil, hasta llegar a un estado que él califica de «Plenitud» (tercer capítulo) y que podríamos definir como una etapa de madurez en el propio conocimiento, pero que de ninguna manera debe entenderse como apogeo o culminación de nada, porque es ahora cuando el poeta se siente más solo, más aislado, más incomprendido y más inmerso en un estado de «Extrañamiento» (cuarto capítulo). A esas alturas de su vida, el poeta experimentará el mayor dolor concebible: la «Ausencia» (quinto capítulo) de su amadísima esposa, repentinamente muerta en sus propios brazos, y es aquí, en la expresión de ese hondo e inconsolable desgarro, cuando el autor, como señala el profesor Fernando Baños en su prólogo, «se comunica con mayor intensidad y con absoluta eficacia», hasta conseguir hacernos partícipes de su sufrimiento. En el capítulo «Tiempos verbales», el poeta utiliza algunos paradigmas de la conjugación verbal para construir unos versos que, sin duda, son los más tiernos y amables de todo el volumen. En las siguientes secciones, «Sonetos» y «Caligramas y haikus», Vallejo juega tanto con formas clásicas de versificación como con otras más vanguardistas y visuales, para concluir con dos poemas inéditos de juventud, que su madre conservó durante años entre las páginas de un libro, sin él saberlo.