Cuando uno tras otro de tus amigos te dice que no entiende lo que escribes puedes optar por cambiar de amigos, opción harto razonable, aunque tras las dudas iniciales y consultados pros y contras queda clara la decisión a tomar, no necesariamente la mejor para tus amigos. Esa opción es explicar tu poesía. Una manera como otra cualquiera hubiera sido hablar de uno mismo. Sin embargo, una timidez a prueba de bomba y la educación católica-apostólica-romana (eso sí algo hereje) excluyen dicha posibilidad. Y claro, uno se mira en los que admira no por admirar bigotes y pelucas, a menudo nada dignos de admiración, sino por el placer que le proporcionan sus obras. Sin más pretensiones que las de poner negro sobre blanco pensamientos, fragmentos de pensamientos, átomos de pensamientos, quarks de pensamientos, bossones de pensamiento en torno al problema fundamental de nuestras vidas: el Arte, me doy en lo que sigue a un desvergonzado análisis de disciplinas en las que el autor asegura que meterá la pata, pero también que sabrá cómo sacarla. Aunque de eso se trata, de meter la pata y el dedo en el ojo ajeno, escandalizando aunque sea sólo un poquito. Pero mucho miento si mucho escándalo encuentran en lo que sigue, deposiciones que abonan un campo demasiado falto de guano, opiniones que ni apuntalan ni mucho menos derriban mitos, en los que se toparán con olvidos imperdonables, pareceres difícilmente sostenibles o desarrollos atrabiliarios. La selección hecha es lo suficientemente prolija para entender lo que se quiera entender (también dejar de entender lo que no merece ser entendido), en todo caso, a mí me ha parecido suficiente y sobre todo necesaria.