Dorothea es un fiel reflejo de las mujeres que llegaron a Madrid a mediados del siglo XX buscando trabajo, sin apenas medios para sobrevivir, y que procedían de pueblos perdidos en la geografía. De artistas que llegaban a los pueblos durante la feria para cantar dentro de barracones de madera instalados junto al campo de trilla y labores de abaleo. Mujeres que nunca llegaron a saborear el éxito ni la fama y se vieron obligadas a abandonar la farándula teatral a cambio de trabajar en los servicios de limpieza de algún organismo público. Dorothea se decide abandonar Linares y ha subido a un tren que la lleva a Madrid en busca de mejor vida. Se ha encontrado con una ciudad llena de comedores de auxilio social, casas de baño para indigentes, policías de paisano, prestamistas, usureros, charlatanes, estraperlistas, quirománticos ocultos. Carteristas en los tranvías y el Metro, confidentes en los urinarios. Iglesias con exvotos colgados en la techumbre. Gente con miedo a identificarse ante la policía y ser deportado.

Prostitución encubierta, humareda en los tejados. Casas de lujo con olor a gas. Observa edificios y palacetes en venta semiderruidos con balcones tapiados. Familias desahuciadas por impago que deben abandonar sus viviendas. Personas vagando en la madrugada buscando cartones, muebles y restos de basuras. Desde su pensión en la calle de la Reina, Dorothea escucha al amanecer las voces de traperos para comprar muebles, libros, cuberterías y ropa usada. Rechaza la oferta de ocupar un puesto de trabajo como confidente de la policía y consigue entrar a trabajar en una casa distinguida de un barrio elegante para cuidar a una anciana. Su sorpresa ha sido grande al visitar por primera vez el museo del Prado y contemplar el cuadro de las Meninas pintado por Diego Velázquez.

Al término de unos meses, Dorothea ha conseguido ahorrar dinero para comprar una llave. Esa llave será el símbolo que ella y otras personas necesitarán para conseguir la libertad.