Manolo es un jubilado viudo que vive solo. Su hijo vive en Minnesota y se relaciona con él por teléfono. El médico le detecta una depresión notable que achaca a las circunstancias de falta de relación que rodean su existencia. Le receta unas pastillas para levantarle el ánimo, pero le asegura que todo depende de él y no de los fármacos. Debe relacionarse, convivir con gente y encontrarle sentido a la vida. Ingresa en el Casal de jubilados del barrio de Collblac. Allí, entre partidas de dominó, cartas, juegos de mesa, excursiones y bailes de los domingos fluyen conversaciones y se establecen complicidades entre personas de ambos sexos en condiciones similares a las suyas.
La vida cobra una dimensión nueva para él. Incluso las visitas al mercado para comprar y el trato con sus semejantes actúan como bálsamo suavizador de sus problemas. Resulta entrañable el personaje de Lola Puñales, una «cantaora» andaluza acostumbrada a actuar en garitos y tablaos de poca monta, y NurI la Figaflor, una mujer catalana muy afectuosa que busca compañero. Surge un nuevo paisaje emocional en la vida de Manolo.
A finales de 2019, surge una pandemia mundial que obliga a variar todos los parámetros de convivencia de las personas. En España la población debe aislarse en sus domicilios, no acercarse a los demás. En las residencias para ancianos los abuelos mueren a cientos El pánico hace que todo cambie. Manolo vive en casa con su gato como si estuviese en un búnker, durante los casi dos años que duró la pandemia.
Finalmente debe ser ingresado en un centro para residentes fijos situado cerca de la playa. Desde el patio ve volar las gaviotas, percibe el aroma del mar. Urde un plan para escaparse del asilo, una mañana consigue pasar por la puerta sin que le vean. Camina las dos calles que le separan de la orilla y allí, sentado, observa el cielo y toma conciencia de lo que le espera al otro lado del horizonte.