El autor reúne en esta obra tres relatos que tienen en común, de una parte, el medio rural en el que cada episodio se desarrolla, y de otra, un marco histórico, el que va de comienzos de los años 60 a los 80 del siglo pasado, cuando las relaciones sociales se regían por unos parámetros muy distintos de los actuales.
Sin las facilidades de información y de comunicación de hoy, la comprobación de la autenticidad de cualquier noticia, que ahora se verificaría en un instante, podía dar lugar entonces a una inverosímil pesquisa, que, aunque supusiera un notable esfuerzo de imaginación con el que cubrir la falta de otros medios, corría el riesgo de derivar en un resultado imprevisto. Es el caso del primero de los relatos, construido a partir del descubrimiento casi simultáneo, por parte de cuatro vecinos de una apacible población encaramada en la ladera de una sierra, de una sorprendente esquela publicada en el periódico regional, que había inquietado a todos los lugareños, y de la subsiguiente investigación que aquéllos emprenden por su cuenta para desentrañar el misterio que había detrás de ella.
En el segundo, la aventura se desarrolla en otro pueblo, éste situado en una comarca extremadamente árida de la meseta. La entrañable relación que surge entre un atípico vagabundo que un día aparece y se acomoda en el reducido pórtico de una ermita de las afueras y unos críos que le descubren y le brindan conversación y ayuda, será la razón por la que el extraño, conmovido por la ternura y generosidad de los pequeños, se propone premiar su conducta recurriendo a unas especiales facultades de las que está dotado.
Finalmente, la última narración se construye a partir del momento en que casualmente llega a las manos de su protagonista un envoltorio en cuyo interior aparecen testimonios, casi olvidados, de una época, la de su juventud ya algo lejana, que es evocada desde la nostalgia.