Solamente cuando anteponemos lo genuino a aquello que consideramos moralmente correcto o estéticamente bello, somos capaces de no solo escuchar, sino también interpretar los requiebros de nuestra alma, que siempre están ahí, a pesar de que en la mayoría de los casos ni siquiera los sintamos. Esos requiebros o quejidos necesitan de ciertos detonantes para emitir sus gritos mudos, que pueden ser, dependiendo de la
persona y de las circunstancias, injusticias, desengaños o incluso las consecuencias de la desesperación que provoca el encierro forzoso.
Afortunadamente, como decía Franz Kafka, la literatura es siempre una expedición a la verdad. Como no podría ser de otra forma, les invito a que traten de descubrir su propia realidad durante la lectura de estos versos, en los que no encontrarán sino el retrato, por un lado, y la crítica por el otro, de una sociedad adormecida por la hipocresía.