Cuando atravesé uno de los procesos más difíciles de mi vida, sentí real-mente que estaba destruida, que, como mujer, mi autoestima había sido pulverizada por ese fuego que empezaba a consumirme.
Con profunda tristeza, medité y la realidad me invadió, no podía hacer nada desde mi condición limitada de ser humano, no poseía herramientas precisa para librar esta batalla. Ni siquiera tenía la voluntad de querer levantarme y salir adelante, por amor a mis hijos; incluso, en ese momento no sentía que ellos eran suficiente razón, aun cuando siempre estaban presentes. Estaba perdida, decepcionada, con una herida espiritual que me estaba desangrando lentamente.
Todos estos acontecimientos desencadenaron una inquietud dentro de mi ser y una madrugada decidí buscar verdaderamente a Dios, anhelé estar en su presencia y logré tener un encuentro personal con Él. Afortunada-mente para mis hijos y para mí, inicié mi proceso de restauración y resulté vencedora.