Me pidieron que nunca dejara de escribir y comprendí entonces que lo que deseaban era la esencia misma de todas las cosas partidas.
Querían la guerra hecha película, una sucesión de heridas de velcro suturadas con terciopelo, el olor del perro y de la rosa y el silencio de una estrella muriendo.
Empezaron a llamar tesoro a la herida, y nacieron ellas.
Las mariposas antropófagas.
Llegan, destrozan, y se van.
Poemas que respiran.