Podríamos decir que este libro es, en muchos aspectos, heredero del lenguaje gongorino. Con un léxico culto, casi ocultista, el autor recorre vocablos olvidados y nos sume en el mundo de la palabra simbólica. Pocas banalidades, pues, en multitud de poemas que nos hacen volver la vista atrás para aprehender todo su contenido. La lectura resulta difícil, convirtiéndose en un reto que desafía a nuestro conocimiento de la lengua. Alfonso Hurtado deja regalos escondidos que solo un lector avezado podrá encontrar. Lo hace en ese juego sabio que es el suyo, fundiendo la forma con el fondo. Se complace gongorizando, salpicando con su particular voz poética el intimismo y las bellezas que componen su obra.
¿Qué es para él lo importante?
Quitadme la calígine fecunda / y las flores con su aroma (…) / y los bosques umbríos… Vahos telúricos que impregnan / la atmósfera de quieto bienestar.
Los pensamientos poéticos se colorean en ocasiones con hermosos brochazos de nostalgia: Si el camino lo anduve y lo andado se fue… / La nube gotea su dolor…/ Si luzco flagelos del tiempo / y arrastro cansina edad.
Transcurre estable el día en el olvido.
Versos, pensamientos e incluso títulos que pueden desconcertar: Del amor y otras zarandajas… Pero sabe cruzar el río de lo banal por el puente de la belleza:
He de poner crisantemos en tu recuerdo…
Así poetiza Alfonso Hurtado.