«Todo poema, por el hecho de serlo, es un poema de amor», escribió Eduardo Chirinos; y en los poemas de Diego Ferrer, además del amor, también se convive con la nostalgia, los viajes y el existencialismo. Es un vaivén de lo que fue, de lo que busca ser y de lo que será (si es que llega ese momento).
Es un encuentro con Lima, esa ciudad triste que abandona para no volver, pero que, a su vez, añora cuando está en Madrid, cosmopolita y maldita en la visión del autor y, pese a la poca esperanza, no existe un final venturoso.
No sucede lo mismo con el pueblo francés de Roquevaire, con un aire de ilusión que se va diluyendo con la llegada de «nuestro miserable destino», una suerte que todos recorremos en algún punto de nuestras vidas y que Ferrer te advierte para que estemos preparados (aunque nunca lo estemos).