Imaginad que estáis con un grupo de amigos un sábado por la noche, tomando algo, cenáis, os animáis y salís de fiesta. El ambiente, las risas y todo lo que envuelve a la noche hacen que uno de vuestros amigos le dé por decir que la semana que viene, el domingo, podríais tiraros en paracaídas. Con la emoción, os apuntáis, os animáis a hacerlo y quedáis para el domingo siguiente poder realizarlo. Pero, al día siguiente, os preguntáis: «¿Pero qué he hecho?, ¿por qué he dicho que sí voy?». Y comienza la semana y vais a trabajar, hacéis vida normal, pensando en por qué dije que sí, aterrados durante la semana por lo que os espera el domingo, pasándolo mal, asustados y con nervios. Cuando se aproxima el gran día, acechan más los nervios. De repente, llega el domingo, os levantáis aterrados, nerviosos y vais al sitio, os subís a una avioneta, se abre la puerta y os lanzáis al vacío. La sensación que se tiene es indescriptible, te sientes poderoso, te sientes vivo, aliviado, impresionado y, a la vez, disfrutas del momento glorioso. Entonces, ¿por qué pasarlo mal antes? Si no sabemos lo que va a pasar, ¿por qué pasarlo mal? La vida es así y a veces somos así. Nos preparamos y nos ponemos en alerta para algo que tiene que llegar, porque no sabemos cómo nos afectará. Así es vivir, experimentamos, perduramos mientras podemos y disfrutamos, porque la vida es así, la vida es, simplemente… supervivencia.