Una escritora mexicana se introduce en el universo vital y poético de una de las fguras universales del siglo veinte, el poeta español Antonio Machado, y nos trasmite una interpretación válida de sus pasiones más íntimas y defnitivas. Pero ésta es, al mismo tiempo, la clave por la que discurren las vidas de otros personajes, lanzados a varios destinos geográfcos, como el sur de Chile, el México moderno y la realidad pujante de Canadá, donde sin embargo la vida es sombra, trazo fantasmagórico sobre un muro de piedra.
La relación entre Machado y Guiomar, en realidad Pilar de Valderrama, había comenzado en 1929. Ella estaba casada y él era ya viudo y famoso, de modo que la relación se limitó inicialmente al intercambio epistolar.
Más tarde, a propuesta de Pilar, inventaron los llamados “encuentros del tercer mundo”, un juego de la ilusión en el que, a pesar de la distancia, ambos creían encontrarse en el espacio inexpugnable y fantasioso de las almas enamoradas. Pero la autora recrea también uno de sus encuentros reales en Madrid, en 1931, en un café cuyos parroquianos eran obreros y donde el poeta veía volar el tiempo, morir la tarde, renacer su espíritu.
Las luchas políticas, luego la guerra, los separan todavía más, Pilar emigra a Portugal y Antonio queda desolado, como lo narra conmovedora mente Bertha Balestra: “sólo salía para pasar frente a la casa deshabitada y dirigirse luego al café, a sentarse en el rincón de siempre, por si ella volviera. Pero la esperanza se hacía cada vez más remota; Guiomar dejó de ser suya. No había vuelto a encontrarla por las noches, por más que se esforzaba, en aquel tercer mundo donde ahora él vagaba sin compañía, Acaso a ti mi ausencia te acompaña, / A mí me duele tu recuerdo, diosa… Y
le escribe una última carta, A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.