No faltó el mendigo de turno, que llegó acompañado de la doctrina en la que se expresan en ese ámbito.
—Buenos días a los señores, una limosna, por Dios.
—¿Por qué por Dios? —inquirió Roberto.
Se tocó la barba blanquecina y deslustrada el mendigo y explicó pausadamente:
—Verá, señor, pido por Dios porque en este país dicen los que nos gobiernan que lo hacen por Dios y por la Patria. Yo recurrí a los gobernantes en nombre de la Patria, que ellos tanto mencionan, y no obtuve ninguna ayuda; entonces decidí pedir por Dios, para ver si así en lo sucesivo tengo más suerte.
—¿Y no les pidió a ellos por Dios? —preguntó de nuevo Roberto.
—Sí, así lo hice, pero con anterioridad cometí la torpeza de decirles que no creía en Dios porque me había abandonado a mi suerte.
—Y ¿Qué le dijeron?
—Que volviera cuando creyera en Dios.