En una civilización donde no existían los pecados, donde el respeto y sacralización del deseo era la base y el fundamento de la creación del mundo circundante, donde las féminas eran puentes para que los hombres ascendieran a la divinidad y los dioses descendieran a la tierra a sensu contrario; y ellas, en esa tesitura, con su labor mística de semidiosas, ejercían el sexo sagrado promocionado y custodiado por los majestuosos templos orientalizantes que regulaban la vida financiera-administrativa-cultural, donde residía la sacerdotisa-pitonisa, que emitía los anhelados vaticinios a los peregrinos, aristócratas y comerciantes que acudían de todas partes del mediterráneo y parte del atlántico. Donde una parte del occidente europeo-africano convivió cerca de un milenio, creando una cultura iberolíbicaoriental, floreciendo así, fruto de dicha mezcolanza, una civilización exuberante, virtuosa en el comercio, las artes, la producción y la industria, y velando por la ascensión del espíritu. Y donde aquellos intrépidos veleros negros con velamen blanco llamados Tarsis, construidos con la abundante madera de cedro aromático talada en las altas montañas del Líbano, que asolaban todo el gran Yam explorando, como una cuchilla, comercializando y colonizando las tierras más remotas del occidente Europeo, cuyo nombre devenía de la princesa fenicia Europa, raptada por Zeus que, convertido en un toro blanco, simuló a la deidad Baal cananea. Donde la vida y la muerte de los hombres carecían de las fronteras de las religiones occidentales, y los hombres, convertidos en héroes y venciendo a sus enemigos, podían acceder a ser dioses. Y donde los pactos emanados de las transacciones comerciales se garantizaban en caso de incumplimiento con sacrificios en aquel recinto sagrado llamado Tofet, con el rito del Molk. Y por doquier, en ausencia de santuarios, en aras llamadas Betilos, con forma de faloide, que significaba la casa de dios, los suplicantes impetraban para obtener los favores de los númenes. Sobre todo, a Baal-Melkart, deidad principal cananea, que ganó al príncipe del mar Yam, pero sucumbió ante el reino de Mot, y gracias a la diosa Anat fue rescatado y resucitado del inframundo, reanudándose con ello la vida en la tierra.
En este ambiente, recién acabada la tercera guerra púnica y la destrucción de la Cartago, heredera del mundo fenicio-cananeo de Oriente Próximo en Occidente, el misterioso Nacrel, recién enrolado de grumete en las embarcaciones del perspicaz capitán Tesabut de avidez crematística sin igual, luchará a muerte para conservar las antiguas tradiciones fenicias en peligro de extinción y así salvar el secuestro de una dimensión ancestral humana como era el arte de interdimensionar