Tras la dictadura franquista, las llamadas dos Españas se vieron abocadas a convivir, a entenderse, a consensuar. Ello daría lugar a idas y venidas, a transfuguismos, a metamorfosis, a evoluciones e involuciones, a cambios de chaqueta, algunos de ellos paradójicos, pero todos ellos sinceros y justificadamente razonados. Como recita Aute en una de sus canciones…
«que el pensamiento no puede tomar asiento, que el pensamiento es estar siempre de paso».
Leonor y Javi no se salieron del guion ni en aquel bisoño lustro universitario ni en los años de madurez con la vida ya encauzada.
Ambos siguieron una evolución inversa en sus vidas. En realidad, no cambiaron ninguno de los dos. Fue la sociedad quien lo haría, subiéndose ellos al tren que más les seduciría en cada momento.
El recorrido de sus respectivas trayectorias ideológicas y, por lo tanto, políticas, les llevaría a permanecer toda la vida en las antípodas uno de otro, después de flirtear ambos con prácticamente todo el arco parlamentario.
Leonor y Javi no representan un caso aislado de transversalidad política.
No son dos locos que van dando bandazos según sople el viento, ni mucho menos. Son dos personas apasionadas por la polítca, cultas, inteligentes e implicadas en la sociedad, que siempre motivan sus comportamientos y decisiones.
La principal lección que nos dejan es que en ningún momento dejaron de ser amigos; al contrario, necesitaban sus discursos opuestos como referente para retroalimentarse, para complementarse y para autocomplacerse.
«Me he convertido en lo que ayer criticaba» es la frase que mejor los define. Y en cierta medida, un poco todos nos vemos reflejados en ella en algún momento de nuestras vidas.
Siempre resulta más saludable cambiar de partido para defender tus principios que cambiar de principios para defender tu partido.