Vivimos en una sociedad cainita en la que nos matamos entre hermanos, una sociedad matricial en la que cada pieza tiene adjudicada una celda y a la que será retornada si pretende buscar un nuevo horizonte. Llevamos
años escuchando el «Ángelus», pero ahora las campanas tocan a rebato. El poeta no puede ser arlequín, monaguillo ni comparsa, el poeta debe ser la voz del pueblo, el eco de los silencios, el clamor de los mutismos forzados.
Toque de rebato quiere ser un mazazo sobre el estrado, no es una poesía vestida para la ocasión, es una poesía desnuda, despeinada y furiosa, pero a la vez tierna y acogedora, una poesía que araña y que acaricia, un abrazo
que consuela pero que no te deja dormir. El poeta no concibe el amor como un adorno, sino como la medicina del alma, el alimento del espíritu, la razón para seguir viviendo. Amigo lector, te dejo un torrente de poemas espumosos, sonoros y furiosamente libres; que sus campanadas te levanten de esa tumba en la que nos quieren prisioneros en vida.
Biografía:
Hace diez años que empecé a engendrar Jardines descolgados, un libro concebido con Shemirramis —mi álter ego—, esa mujer que todos los hombres llevamos en el alma, pero que muchos maltratan
y acaban extinguiendo. Dos años más tarde, empecé a hilvanar Lenguas de fuego, un poemario de amor y pasión que rompía moldes y esquemas. Se me acusó de «antipoeta» y mercenario del verso
porque no dejé que la trinidad académica (medida, ritmo y rima) coartara mi inspiración, al igual que los artistas del óleo rompieron con el realismo figurativo y crearon nuevos horizontes donde expresar sus emociones.
Hoy os presento mi octavo poemario que, tras Toque de rebato y Plenilunio, sigue quebrando moldes con su quilla, como un rompehielos atravesando los polos literarios. Espero que me acompañéis en este viaje hasta el final de la singladura y que de vez en cuando os volváis a sumergir entre sus olas.
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