Las trovadoras, mujeres que componían textos y música en la Edad Media, fueron silenciadas por la historia de la música. No pudieron dejar su huella, a pesar de que tenían su voz.
Como tiene su voz la protagonista de este libro. Una voz silenciada por un autismo severo que la ha encarcelado y que, captando la atención de su madre, logra alzar a través de sus palabras.
Es la Trovadora de Silencios, quizá el eco de aquellas otras, presas en mazmorras irrespirables. Es la que desea ser oída en sus cantos, antes de caer al foso que rodea al castillo, como si de una invasora se tratara.
Es la que quiere participar en la danza que se celebra acompañada de vihuelas, panderos y manjares dentro del castillo. Es la que clama ser alumbrada por las antorchas en donde la vida acontece.
Y, junto a los que son como ella, celebrar el milagro de haber nacido. Celebrar que son personas que sienten y que hacen sentir. Celebrar que algún día el público los reconocerá para salvarlos de los cocodrilos.