Te encuentras ante un libro autobiográfico que surge del impulso de rendir homenaje a Pedri, mi hijo. Contar su historia de superación vital, de alegría esperanzada, de aceptación ante su inevitable destino. Un niño que vino para enseñarnos a mirar la vida con sus ojos. Y que, con su ejemplo de coraje camuflado de inocencia, consiguió derrumbar la veracidad de clichés asociados a la enfermedad y la pérdida.
Un libro estructurado en diferentes entornos (sanitario, tejido asociativo, docente y familiar), a través de los cuales se narran situaciones, vivencias y reflexiones con la única intención de transmitir el mensaje de que la muerte no tiene por qué ser el final, ni el suyo ni el mío. Y es que, después de la fatalidad, ha sido tanto lo vivido,
tanto lo aprendido, tanto amor descubierto; tan auténtico, tan bonito, tan mágico,
que me encuentro en la necesidad de compartirlo.
Un libro de reivindicación permanente de su figura como un ser presente en mi día a día, en el de mi familia y en el de cuantas personas se impregnaron de su don.
Un libro que, a priori, aborda el tema de la muerte; sin embargo, a lo largo de sus páginas, se lanza una invitación para abrazar la grandeza de la vida.