En una época en la cual las convulsiones políticas, sociales, religiosas, económicas y ambientales amenazan a las diferentes civilizaciones del planeta, no viene mal una llamada de atención, cargada de cierto pesimismo, que describa una situación futura posible y desesperanzada. La vida siempre encuentra atajos para dislocar el hábitat de una especie, amenazada aquella por la ambición y la necedad de esta. En el hecho de vivir hay siempre una sombra que no nos ha sido desvelada, un coloso o un vacío oculto tras la cerrada puerta de la eternidad, esa que nos importa de verdad. Así, nuestra especie corre atropellada para dejar una oquedad en su cerebro, no sea que alguien la alcance y pretenda llenarla de luminarias. Corporaciones perversas, estructuras sociales concebidas para delinquir, universos externos, entes extracorpóreos y esperanzas rotas en el alma doliente de sus portadores configuran el zaguán de la extinción. En este ambiente, un grupo de personajes se mueve entre la ambición y el remordimiento, entre la manipulación más vergonzosa y el desamparo. Un espectáculo de duendes con el corazón de un mercenario.