En una sala del hogar del jubilado se encuentran varias personas mayores. Aunque algunas de ellas no están siempre en ese centro, suelen acudir por sus instalaciones para relacionarse con los demás y tener un lugar donde charlar con todos. Allí debaten sobre la forma de hacer algo distinto, algo que nadie haya hecho antes a cierta edad. Uno de ellos plantea hacer un viaje, pero eso es algo normal; así que otra comenta que lo que más le gusta es viajar en tren, y un tercero se hace eco de la experiencia de los jóvenes con el interrail europeo.
Eso despierta sus mentes, y empiezan a generar una tormenta de ideas a la que van dando forma. Entonces, dándole sentido a sus palabras, proponen hacer «un viaje de la tercera edad en tren», algo inconcebible para personas de cierta edad, casi nonagenarios, con la intención de estar algunas semanas por Europa con una mochila a las espaldas, y con la posibilidad de dormir alguna noche a la intemperie, y sin fecha de retorno. Así que, ante la locura planteada, varios se levantan, tachando
de locos a los que se quedan apoyando la idea.
Pero no todos los que se quedan deciden participar, sino que alientan a los valientes a iniciar esa temeraria acción y le retan, asegurándoles que no son capaces de ello, y que además esperan recuerdos y postales de las ciudades por donde pasen para justificar su osadía.
De los doce que había en la reunión, solo quedaron siete osados, que se enfrentarían a una aventura con el nombre de Un Interrail de Tercera Edad, con una serie de acontecimientos inesperados a lo largo del viaje, de ámbito en algunos casos triste, otros divertidos y otros de película deacción, pero con recuerdos que nunca olvidarían.