Alejandro es un joven que quiere ser escritor, pero ¿serán suficientes su talento y ambición para lograrlo?
Es su profesor de literatura quien lo aconseja: «para solo desearlo tienes que leer, leer sin descanso», «escribir, Alejandro, es como tirarse en paracaídas. Tu paracaídas es la lectura».
Y página a página, libro a libro, Alejandro es marino, atracador de bancos, el mejor de los arqueros, piloto de combate, explorador de cuevas. Es rey; es verdugo. Es Dalí. Es detective. Desembarca en Normandía el día D, viaja al espacio. Tiene miedo, frío y hambre. Y es troglobio. Es lo que quiera y cuando quiera.
¡Leer, vaya magia!
Pronto descubre que tiene dos habilidades extraordinarias: lee casi cinco mil palabras por minuto y almacena todo lo leído en su cabeza. Sin embargo, es incapaz de desarrollar una historia en más de diez o quince páginas. Solo escribe relatos y su tan ansiada novela no llega.
Y eso le desespera. Su vida es conflicto; él, un mar de dudas, un solitario atorado de rarezas.
Es Nocho, su vecino, quien lo ayuda a seleccionar las ciento ochenta novelas cortas de la literatura universal. Quizá, después de leerlas, tenga inspiración suficiente como para escribir, al menos, una novela de cuarenta o cincuenta mil palabras.
Sin embargo, al leer la primera de esas novelas, Alejandro queda abducido por el protagonista, un hombre insociable, solitario, pesimista y obsesivo; un tipo machista, neurótico, esquizofrénico y celópata. Un psicópata capaz de asesinar a la persona que más quiere.
Y su deseo es imitarlo.