Cuando se proclamó la República, la familia Quintana soñaba a lo grande: que el cabeza de familia encontrara un trabajo estable, tener posibilidades de alquilar un
techo bajo el que cobijarse y disponer de algo que llevarse a la boca.
Empezaron por lo más sencillo para cubrir una de sus necesidades más perentorias.
Le pegaron una patada a la puerta de una de aquellas casitas bajas, vacía, al objeto de ocuparla. Esa vivienda formaba parte del barrio de Casas Baratas promovido por la dictadura de Primo de Rivera en Barcelona, junto a otros tres similares, que fue
inaugurado en 1929.
Para desgracia de su alcalde, esta y otra de las agrupaciones de viviendas sociales las ubicaron, por ordeno y mando, en el término municipal de Santa Coloma de
Gramenet, el cual de la noche a la mañana pasó de ser un tranquilo pueblo rural a duplicar su población con una masa de obreros desempleados a los que atender.
Las dos colonias delimitaban, geográficamente, con el barrio barcelonés de San Andrés del Palomar, con el que de manera ineludible tenía que establecerse una
interactuación, aunque sociológicamente las diferencias de sus pobladores fueran importantes.
A partir de disponer de un hogar, las cosas deberían mejorar sensiblemente para la familia Quintana… O no.
El autor cataloga su obra como una novela histórica desenfadada.
Ironía, retranca, palabras con doble sentido y otras licencias semánticas conforman un relato, aderezado con bastantes dosis de sentido del humor, que se conjugan
para narrar las vicisitudes de una familia obrera en un barrio del extrarradio barcelonés, feudo de anarquistas y marginados, y un contexto histórico tan apasionante
como el periodo comprendido entre la instauración de la II República y el final de la Guerra Civil española. Una época recreada con la utilización de una amplia documentación histórica por la que transitan, junto a personalidades reales, unos personajes imaginarios que se tornan entrañables por sus características y circunstancias.