¿Qué harías si un día despertaras y descubrieras que tu vida te ha dejado a través de un pósit? Ya sabemos lo que ocurre cuando eso sucede: pasadas 24 horas, recibes una citación para comparecer ante
el Ministerio de la Vida.
Nahia Sharp se presenta como una mujer a la que perturba la continua desgracia que la intensa geografía del drama viste de aventuras este mundo convulso y cuanto sus ojos no ven, pero sienten, hasta el
punto de tornarse en una rutina que eleva sus continuas cuestiones a un escapismo vital.
Gestionar las desgarradoras emociones que activan los sórdidos pantanos del miedo la sitúan en el despacho del prestigioso psicólogo Daniel H. Márquez. Una historia que transcurre entre la analepsis de
sus encuentros y un fantástico viaje en el que deja de existir para vivir.
Dácil Rodríguez, tras el éxito de ¿Dónde está el hombre de mi vida?, vuelve a deleitarnos con las líneas de esta apasionante e ingeniosa novela regalando carcajadas y profundas reflexiones en cada capítulo.
«A veces nos confundimos; en ocasiones no recordamos parte de lo que hemos vivido, de lo que somos. Con frecuencia se nos olvidan los libros que hemos escrito».
Biografía:
Nacida bajo el sol de agosto, natural de la Muy Leal, Noble e Invicta Villa, Puerto y Plaza de
Santa Cruz de Santiago de Tenerife. Autora del cuento infantil Burbujitas (Ediciones Idea) y de la novela ¿Dónde está el hombre de mi vida? (Editorial Círculo Rojo). Premiada en varios certámenes literarios de poesía y relato.
Colaboradora en diversos medios de prensa y portales de internet, también cuenta con su propia página web, www.dacilrodriguez.com, y un blog personal. “Fantaseo con la idea de ser, y no estar, en constante evolución, inmersa en una despreocupada carrera de fondo que marca mi propio ritmo natural, tan lento como exigente.
Soy lo que escribo, pero también lo que no escribo, lo que me apasiona, interesa o no capta mi atención, cuanto me enseñó el pasado y lo que eriza mi piel cuando me acuerdo del futuro. Las letras son un ejército de creación íntima en mi necesidad vital. Escribir es como silenciar el mundo y cerrar los ojos para contemplar la verdad. Quizás con ese punto de destino de la realidad o la frescura de la creación, pues en cada escrito al que doy vida muere una parte de mí que, a su vez, renace a otra escala en ese
ciclo que me resulta indiferente cuando no me cuestiono al haber hallado alguna respuesta
tras la obsesiva fase previa que me clausura en una torre de marfil, de la que me escapo para
extraviarme en el piélago del eterno mar de ardora que es la playa del firmamento, entre las blancas y negras que arrancan ecos al piano o los óleos salpicados de trementina sobre el lienzo. Nada en exceso, rezaba en el frontispicio del oráculo de Delfos.”