Todo eco tiende a su encaje, a la sugerencia, a la adivinación. Su delicada presencia despliega la belleza, la permanente mirada hacia lo inefable, hacia lo que el sueño abarca.
El poema así, se revela, no explica, sino que evoca, sugiere. Como un álbum entrañable, la belleza de los textos es aquí turbadora, ante todo, se intuye como algo nuevo, como sueño, como crítica, como deseo…
Como respuesta a su imagen se revela la palabra poética para esa otra vida interminable que es el recuerdo. En la contemplación, la mirada se expresa, se descubre, se trasluce, se busca.
Fácil tarea para su autora, quien, como nacida en Granada, nunca ha dejado de mirar y ya tenía retenida la belleza en los ojos, y para todo aquel que no haya querido salir nunca de su asombro. Quien sabe detener la fugacidad de la mirada hace eterno el instante y cumple así el propósito más antiguo del arte: detener el tiempo. Volvemos siempre una y otra vez al poeta…
Y, así, el poema convoca y se revela de una forma que sin él no conoceríamos. Ahí los versos, como si el encantamiento ante el espejo buscara aumentar aún más su fascinación, como invitando a verlo desde lo más dentro.
Ahora bien, sin la mirada a una obra de arte, tal vez no habríamos sabido mirar de otra manera, con el entusiasmo del descubrimiento, con la pa-labra interior que puebla la soledad y acerca o alarga su enfoque.