Hay verdades que incomodan, que escuecen mucho más que una bien elaborada mentira. También dicen que no hay que dejarse guiar por las primeras impresiones, pero, me temo, que la ciencia forense funciona de otro modo.
Madeleine McCann desapareció hace casi dos décadas, y no es que no hubiera pistas suficientes en su investigación, sino que se obviaron las que se encontraron a favor de las más «populistas». El primer inspector portugués sufrió el peso de este juego mediático cuando, ante la proclamada idea de secuestro perjurada por la familia, él presentó su convencimiento de que la pequeña había fallecido antes de salir del apartamento. Nunca estuvo equivocado. Él no partía de indicios, sino de evidencias.
Nos hicieron creer que fueron unas inocentes e idílicas vacaciones que terminaron convertidas en un infierno, pero, tal vez, el destino había sido cuidadoso y conscientemente escogido. Ningún viaje así se organiza de la noche a la mañana, ningún final tan dantesco se enreda tanto por sí solo. Alguien movió los hilos, alguien vendió los billetes a un falso paraíso y algún diablo quiso camuflar las huellas dejadas. En ocasiones, los peores demonios son aquellos que más cerca tenemos.
La verdad está sólo en la EVIDENCIA, comencemos a darle voz.