Los escritos suelen contener, en parte, biografía ética de quien escribe, traten de lo que traten, de frente o de perfil, o simplemente por el placer de hacerlo. Lo hice varias veces y por eso lo sé. He dejado inconscientemente y de forma inevitable, disuelta en mis escritos, parte de mí. Como los malos momentos terminan llegando, tarde o temprano, debemos conservar algo impoluto en nuestras vidas, unas fechas que no se parezcan a las corrientes a medida que llegan. Que nada pueda con ellas, con su recuerdo, que sean el principio de una amistad final de manos entrelazadas.
Es un escrito sentimental, porque así son los hechos. Los enfermos crónicos graves tienen el futuro y la enfermedad a flor de piel, hacen una poesía de cada lágrima. Representa un entremezclado de tres vidas, cuyo sufrimiento comienza demasiado pronto, y que debes llevar junto al trabajo, factor necesario que no admite ser plato de segunda mesa. Dios no me asusta, la humanidad sí.
En este libro, describo el edificio en el que ocurrió todo, pero algunos de los fantasmas que viven dentro los pongo yo. Una cosa es dar indicios, y otra es hacer el harakiri por desentrañamiento. He procurado no usar ningún sentimiento autoexculpatorio, ni postureo.
Dejo el dolor de mi hospital aparte, donde he visto amores incipientes, caricias, entre enfermeras y niños, que olían a madres.