En 2002, el Patronato Municipal de Cultura y Deportes del Excelentísimo Ayuntamiento de Huéscar publicaba el número 5 —y último, desgraciadamente— de la revista anual Úskar, de carácter histórico y cultural y de ámbito comarcal.
En ella aparecía un trabajo mío sobre el vino de Galera que ocupaba cuarenta páginas. Releyéndolo hace unos meses, quizá un año, comprobé que, pese a su considerable extensión, yo había encontrado en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de Galera una gran cantidad de más datos sobre este tema en los veintidós años que habían transcurrido desde aquella publicación.
Nuevos hallazgos arqueológicos, un libro de apeo de 1572, el catastro del marqués de la Ensenada de 1753, muchísimos más documentos sobre un pleito de más de cien años sobre las viñas y algunas noticias más me sugirieron que, con todo este material, respetando en gran parte el texto original, tenía suficiente para redactar un libro de varios cientos de páginas. Y así ha sido.
En el transcurso de su redacción, han venido a mi mente recuerdos de mi niñez en las bodegas de mis abuelos, de las faenas de vendimia, de los días de la «pisa», del olor del vino nuevo manando de las tinajas al «echar la pita», de las antiguas anécdotas familiares relacionadas con el vino, una de las cuales no me resisto a contar.
Eran cinco primos, todos con el apellido García, que tenían sendas bodegas y sus correspondientes viñas para henchirlas. Y así lo hacían. Podía ocurrir que a cualquiera de ellos le saliera el contenido de una tinaja completamente inaceptable para sus clientes, lo que era un vergonzoso baldón para el autor y su prestigio como vinatero. A hurtadillas, recorría las casas de sus cuatro parientes y les comunicaba con un ligero soplo de voz:
—Primo, que me ha salido un vino del que no se puede enterar nadie.
Y se lo bebían entre ellos, nada más que entre ellos, «a sorbo callado».
Podía suceder, y sucedía, que a alguno de los primos, en otra cosecha, le saliera un vino excepcional, de los pocos que se habían conocido en el pueblo en muchos años.
Y el afortunado vinatero, temblando de sano orgullo por el triunfo que había obtenido, a la chita callando visitaba una por una las casas de sus cuatro parientes y, con la voz temblorosa y los ojos empañados por las lágrimas, les decía a todos, uno por uno:
—¡Primo, que me ha salido un vino del que no se puede enterar nadie!
Y se lo bebían entre ellos, nada más que entre ellos, «a sorbo callado».