Este relato es una mera conjetura, una suposición de lo que pudo pasar en uno de los momentos más relevantes de nuestra era, una ficción, en resumen. De la misma manera que la historia la escriben los vencedores, los sucesos acaecidos hace ya casi 2000 años en Judea se nos han transmitido de acuerdo con lo que se decidió en los concilios de Nicea, Constantinopla y muchos otros posteriores. En esos dos primeros, se fijó un Credo que ha llegado hasta nuestros días casi inalterado y que obedeció al acuerdo de un sínodo de obispos del siglo IV, más de trescientos años después de Cristo.
¿Realmente lo decidido en esos concilios refleja fielmente la vida de Jesús?
Aparte de los evangelios canónicos, sancionados a finales del siglo II como auténticos, y de la multitud de escritos apócrifos más o menos discutibles, hay infinidad de documentos, estudios eruditos, ensayos, pruebas circunstanciales más o menos determinantes que apoyan o discuten estos textos a lo largo de los siglos, sin que sea fácil decidir si lo que sucedió en realidad fue de una u otra manera sin recurrir a la fe. El autor de este relato no podría afirmar nada en uno u otro sentido porque acepta con humildad que sus conocimientos no alcanzan ni de lejos la comprensión necesaria para pronunciarse en cualquier sentido de un modo fundamentado. Sin embargo, este relato es una novela, un sencillo ejercicio de narrativa que no pretende cuestionar ninguno de los principios que sustentan la fe cristiana; se trata tan solo de una mirada distraída y libre, desde una perspectiva deliberadamente ecléctica que ni cuestiona ni afirma nada y respeta todo.
Lo que aquí se cuenta se basa en una sencilla pregunta:
¿Y si no fue así?