Fui la bebé más esperada en mi familia, me lo contaba mi madre, Q.E.P.D, cuando mis dudas podían más que el cariño, amor, y la educación rigurosa que me inculcaron, hacía sentirme como si fuera una hija adoptada. Ella en cada ocasión me decía: Fuiste la hija más esperada, aunque también la desilusión fue para mi padre, que deseaba tener un hijo varón, porque ya tenía varias niñas. Así que no le quedó otra alternativa que resignarse, aún así mi madre sufría demasiado al verme golpeada o mustia con frecuencia, y ser maltratada física y psicológicamente por el compañero que elegí. Sus palabras eran las mismas siempre: Tú fuiste criada en sábanas de seda y las mejores atenciones y cuidados para que ahora por tu mala decisión y rebeldía venga un desalmado a pegarte. Uno de los motivos y bien infundados eran por los maltratos que recibía yo, que ellos jamás lo aceptaron como un integrante de nuestra familia. Ahora bien han pasado los años, yo como madre de dos hijos, entiendo a mis progenitores su dolor y preocupación. Sin embargo, y a pesar de todo lo vivido puedo decir que he perdonado y vivo en paz, valoro los buenos principios morales y religiosos que me inculcaron. Y puedo decir que nací de buenos padres y gracias a su ejemplo y tesón, salí siempre airosa en los momentos de mayor peligro y dificultad. Mi padre ponía estas frases como paradigma: “Un diamante siempre brillará, aunque esté en el fango”. Y tenía mucha razón. Aunque muchas veces, de la noche a la mañana, tu vida da un cambio radical sin darte cuenta, tienes que aceptar las circunstancias en la que te encuentras y aprender a desenvolverte en un papel que no te corresponde. Ahora bien, sé que con el tiempo y la constancia podemos limar asperezas en nuestro carácter diario, vivir, y nuestras metas personales para lograr de ese modo tener un objetivo positivo para crecer como personas y ayudar al prójimo.