Francisco Cervantes, ávido lector influenciado por la impronta de los clásicos, sin desdeñar ningún otro tipo de literatura, nació en Tarifa (Cádiz). Desde temprana edad se trasladó a Madrid, donde residió hasta los 42 años, al término de los cuales, y aprovechando una oferta de trabajo, se mudó a Granada, donde actualmente reside en condición de jubilado. Estudió Maestría Industrial en la ULC de Córdoba y trabajó en Madrid y Granada desempeñando una gran gama de cargos dentro de las empresas donde estuvo.
Conocedor de Mérida desde los años setenta del pasado siglo —su esposa era natural y vecina de allí—, siempre le atrapó el embrujo que la ciudad destilaba merced a un vasto ancestro cultural que parecía saludarle a cada paso. Aficionado a la música y la pintura, en su interior latía un escritor en potencia, si bien nunca se decidió a ello hasta su jubilación. Inicialmente se inclinó por los relatos breves, con la única pretensión de interesar a su círculo de amistades y familia, hasta que cayó en sus manos una his-toria capaz de hacerle emprender una aventura de la que recelaba, como era la de escribir una novela, consciente de su dificultad. Pero no la emprendería a cualquier precio, ya que, para tal singladura, necesitaba de un suceso eficaz y vigoroso que aglutinara los elementos capaces de man-tener no solo la extensión narrativa, sino, sobre todo, el interés del lector, con el riesgo que todo ello supone. Es por ello que, en cuanto conoció este suceso con algunos nexos basados en hechos reales, aunque débiles y difusos, supo que tenía entre manos una historia que merecía la pena ser contada por su vigor y su expresividad, y por citarse en ella ingredientes como el amor, el drama y la tragedia. Condimentos que, convenientemente adereza-dos y envueltos en una atmósfera melancólica, nostálgica, costumbrista y a veces febril, entendía podían dar el resultado que andaba buscando para hacer un receso en el relato y acometer, finalmente, una obra de mayor fuste.