“Vengo de un país mediterráneo. Mi tierra es un mar interior: Seco, de polvo y grano. Las olas de ese mar son ráfagas de viento sobre espigas de trigo o cebada: verde o amarilla. Su color va de mayo hasta septiembre y en agosto aún el girasol cumple su círculo perfecto, ante el luminoso y redondo sol. Sólo a la tradición y a la realidad va mi amor: Porque comprendí perfectamente mi actitud de la humildad, desde niño. Testigo soy de ruinas, de iglesias muertas con retablos maravillosos en unos pueblos aislados y perdidos sobre lomas lunares. Asisto, imperturbable, a los ocasos en una periferia poética y campestre -que se debate ante la destrucción de su extensión a causa de unas construcciones horrendas y sin sentido-, esperando luego regresar a la villa antigua, entre callejuelas de piedra y plazas donde corre aún la fuente para encontrar y platicar en algún banco o bajo atrios de iglesia vieja con amigos o hermanos que ya, no existen.”