Luis Munera sabía que quería ser tuno antes de decidir qué carrera iba a estudiar. Allá por el año 1988 acudió una noche, vestido con un pijama y con un orinal en la cabeza, al bar donde quedaba la tuna de Derecho de Alicante. Aquel ambiente lo enganchó desde el primer momento, y apenas un par de años después ya tenía su capa repleta de escudos de los lugares que había visitado con la tuna, y llena de cintas, cada una de ellas recuerdo de una serenata bajo el balcón a una mujer, ya fuera una querida amiga, hermana, madre, novia… Decidió hacer realidad aquello que escuchó decir a alguien en una de esas conversaciones a altas horas de la madrugada entre canción y canción, después de una ronda: «Me daría por más que satisfecho si consiguiera cumplir tres sueños con la tuna: ganar un certamen, cruzar el charco y grabar un disco». Y ya lo creo que cumplió todo aquello, y repetidas veces. Los tunos antiguos, esos que han visto mucho, saben que a la tuna entran estudiantes de diversa índole, cada uno con sus propias aspiraciones y por diversos motivos, aunque siempre con el denominador común de ser apasionados de la música y tener ganas de disfrutar la vida de una manera romántica, en el sentido más amplio de la palabra. Unos pasan unos años en ella y desaparecen, otros quedan atrapados y son tunos ya de por vida, se vistan con el jubón, las calzas y los greguescos habitualmente o quizá solo una vez al año. Luis (Nijinsky) es uno de esos tunos, que por más tiempo que pase, o se encuentre donde se encuentre, nunca dejarán de serlo.