Lo habitual es indicar año y lugar de nacimiento, actividad profesional, estudios cursados, méritos, premios y demás zarandajas. Sin que sirva de precedente, dejaré caer que nací en Barbastro un día tormentoso del mes de agosto. Mi madre no lo olvidará jamás (y no por la tormenta).
El resto podrían consultarlo en la Wikipedia, pero, desafortunadamente, no alcanzo la notoriedad suficiente como para ser glosado en su infinita sapiencia. Puestos a reseñar lo sustancial, debo remarcar que, mientras escribo estas líneas, permanezco vivo; cuando lean esto, puede que no, tal y como está el patio…
Premios no he obtenido ninguno, ya se lo adelanto. Más bien, castigos. Y mi obra literaria es tan extensa como el firmamento infinito y estrellado, aunque la mayor parte inédita. ¿Por qué? Pregunten a los editores.
De todos modos, no creo que les interese conocer acerca de un servidor. Mi vida, insípida y anodina, les aburriría. Sin conocerles, seguro que es más interesante la suya. ¿Que qué sabré yo? Poco, tirando a nada. Yo me preocupo de lo mío, que bastante tengo.
Me atrevería a aconsejarles, con el recato y respeto que merecen, que lean el libro. En cada una de las páginas, ya sea de modo encriptado o vehemente, les haré compañía y, juntos de la mano, alcanzaremos el final.
¿Qué más se puede pedir?