“Yo visitaba frecuentemente a Simao en su casa de Guimaraes. Era habitual hallarlo a cualquier hora en su pequeño despacho, pues no acostumbraba a salir de allí más que para comer o dar uno de sus paseos nocturnos por la ciudad. Lo encontraba siempre envuelto de penumbra, escribiendo compulsivamente versos en papeles que, todavía con la tinta fresca, rompía y arrojaba al suelo nada más terminar. Él nunca entendió que aquellas composiciones, que despedazadas acumulaba como un moderno Diógenes, pudiesen tener otra utilidad más allá de la catarsis espiritual a la que cada día se entregaba. Para Daire, la poesía era una forma de conocimiento de la realidad y ahí terminaba su función, si es que alguna función posee esta arte a la que él quiso conferir un carácter efímero, como a su vida. (…)” Así recuerda Xavier Franqueira al poeta Simao Daire, poco después de su muerte a los 38 años de edad en extrañas circunstancias. Simao formaba parte del universo heteronímico al que asimismo pertenecen, entre otros, Andrés Cachamuíña, Luzia Varzim o Jerónimo Bentraces. Este poemario póstumo en forma de trilogía es también, en parte, una creación de todos ellos; o quizás no sea de nadie sino de quien quiera hacerlo suyo sencillamente a través de su lectura.