¿Qué es eso de escribir? Son simbolitos que a un tipo —aunque tiene más pinta de que a varios— le dio por decir que eran tal o cual sonido y los trazó en la tierra o en donde fuera y ¡ea!, ya tenemos la escritura. Eso siendo realistas. Siendo poéticos diríamos que ¡oh!, es una forma de abrir el corazón y el alma al lector, de invitarlo a un universo paralelo en el que la ficción es la realidad y las palabras las guardianas de los sentimientos y muchas cosas preciosas más. Pero, ¿qué es realmente la escritura?
Vamos a ello.
Los bebés cuando nacen tienen como unos libritos que recogen su peso, su nombre; curiosidades sobre el parto y su nacimiento, en esencia. Los padres si quieren los compran y los rellenan, así cuando tengan arrugas podrán leerlos y recordar. El caso es que mis padres nos hicieron uno, tanto a mí como a mi hermano. Rebuscando entre las estanterías de mi casa encontré los dos, y sin saber que hubieran existido nunca, los hojeé. El mío tenía un apartado en el que ponía:
“Regalitos que he recibido”
O algo por el estilo. Justo debajo había un espacio bastante amplio con líneas discontinuas azules, y mis padres —a juzgar por la letra, mi madre— habían escrito:
“Un libro”
Después seguía con peluches, pañales y demás, pero lo más importante figuraba primero. Vaya premonición.
Así que si me preguntan sobre una definición de la escritura, y como esta siempre va ligada a la lectura, diré la literatura, lo primero que se me va a venir a la cabeza es “hermana”. Podré quererla, odiarla, alabarla o enfadarme con ella, pero nunca alejarme de ella. No de manera permanente. Pegadita como el aliento a mí, me guste más o menos. Por suerte, para mí y espero que también para ella, me gusta. Y la verdad es que mucho.
Bien, así que ¿qué escribir? O mejor dicho, ¿qué escribir que no se haya escrito ya? Para ello tengo que nombrar al gran Mario Vargas Llosa, que una vez dijo: “La nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa”. Y menos mal, tío, menos mal.
En total habrá menos de treinta historias base, como argumentos que se repiten continuamente en nuestra literatura: los trágicos enamorados (¡Romeo, te llaman por aquí! Ah no, que estás muerto) y el joven elegido que debe salvar el mundo (cierto niño de ojos verdes y gafas redondeadas y cierto hobbit de aspecto élfico, sí, esos que son más famosos que el mismo Cervantes) son algunos ejemplos. Lo que diferencia una obra de otra es el autor, porque los sentimientos humanos son siempre los mismos, pero la forma de verlos y afrontarlos no. Según lo que hayas vivido y aprendido abordarás esa historia y le darás forma. O como ya he escuchado de boca de muchos: lo importante no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas.
Con esta idea en la cabeza, llego a la conclusión (venga petarda acaba ya) de que si hay algo que importa en el arte es el artista, y que para crear una obra realmente tuya, primero tienes que ser alguien, es decir, primero tienes que vivir. O como dijo Stephen King sobre el papel: “La vida no está al servicio del arte, sino al revés”.