Tienen en sus manos el libro de una vida, con un largo camino de rehabilitación en el que su protagonista tuvo que volver a aprenderlo todo marcada por un ictus, algo que, según datos de la Sociedad Española de Neurología, sufren cada año 110 000-120 000 personas en nuestro país.
Es escalofriante leer una serie de síntomas que a cualquiera pondrían en alerta, pero que en un primer momento a Rosa le dicen que es estrés. Qué impotencia y dolor tuvo que sentir cuando se desencadenó todo. Aquí vais a leer todos los procesos que atravesó.
Desde luego, las experiencias personales son las que más nos llegan, en especial esta que se refiere a algo que, dada su incidencia, muchos vivimos de cerca.
Aceptación y serenidad que cuesta mantener en momentos de crisis, pero que son las únicas capaces de hacernos mantener la calma y que no sobrevengan males aún mayores.
En el caso de Rosa, además de estos dos pilares insustituibles, su valentía y amor por sus hijas, asustadas y desconcertadas, tuvo mucho que ver en su recuperación.
El aprendizaje de Rosa fue poderoso: «Desde aquella noche, me despido a diario de las personas a las que quiero, intento no acabar el día con una palabra no dicha, un perdón no pronunciado o un malentendido o enfado no aclarado, no espero a mañana para decir te quiero y demostrarlo, beso y abrazo por si llega el día en que no pueda hacerlo, asumo que me equivoco a diario y que seguiré haciéndolo, y solo aspiro a que mis equivocaciones no dañen a los que quiero».
Rosa hace que nos pongamos en su lugar, nos conciencia de la importancia de dar el 200% en este regalo llamado vida y de saber que, menos la muerte, todo tiene solución.
Son tantas cosas las que afronta Rosa que sobrecoge, emociona y hace admirar una vida que, aun con tales sobresaltos y angustias, no piensa desperdiciar.
Irene Villa