Lo cierto es que para ese entonces estaba empezando a estar cansado de sentirme siguiendo flechas y señales, cansado de estar atento a lo que no se ve para poder escuchar a mi corazón e intuición, y cansado de tomar decisiones de forma impulsiva, porque siempre era evidente y claro lo que tocaba hacer. Tenía ganas de terminar el juego del laberinto. Sí, estaba perdido en el laberinto. No, no tenía miedo. Simplemente estaba un poco cansado. Agotado. Exhausto. Quería llegar a donde fuera que tenía que llegar, darme media vuelta y volver a mi casa. Cuando sea niño quiero ser farero. Quiero ser un faro con luz para la gente que me rodea, aprecio y quiero. Y así, en tiempos de tempestad en las vidas de esas personas, en las noches oscuras del alma, cuando el barquito en el que navegan vaya a la deriva, puedan ver la luz de mi faro, que les avisará de dónde está la costa y el peligro.