Por fin, después de tantos años, el protagonista empezará a descubrir toda la verdad que tanto anhelaba. No obstante, entrará en una espiral de emociones que le llevará poco a poco hasta la propia desesperación sin casi ser consciente de ello y sin tener en cuenta todas las consecuencias.
En este segundo libro, Carlos tendrá la llave para abrir el baúl de esos recuerdos y poder disfrutar de todas las emociones que estarán por llegar, aunque dista mucho de la realidad con la que se va a enfrentar. Por el contrario, su madre y Ana irán descubriendo la realidad de cómo es él y cada vez les costará más protegerse de ese gran secreto.
Una y otra vez repite que quiere conocer todo el pasado porque, entre otras cosas, está convencido de que forma parte de uno mismo, pero cuando las consecuencias por querer conocerlo se le vuelven de nuevo en contra, descubrirá el precio de su vanidad.
No aprendió suficiente con la experiencia que vivió durante «Las confesiones de Ana», que ahora, en «El juego de Édouard», decide terminar con todo por querer saber hasta el último de los secretos.
Nunca podrá entender que, de haber dejado el pasado encerrado y bajo llave, podría haber aprendido a ser feliz y, en cambio, ahora tan solo sabe perderse en el tiempo.
Siempre he considerado que nuestro pasado es una parte importante de nuestro presente. Por eso, vuelvo a repetir que recordarlo es bueno, pero, como dijo Shakespeare: «el pasado es un prólogo».