Culminando el destierro de los moriscos del Reino de Granada hacia diferentes puntos de España, tras la sublevación de 1568-1571, a la Corte de Felipe II llega un rumor inquietante: Abén-Humeya, el proclamado Rey de los moriscos, descendiente de la dinastía de los Omeyas de Córdoba, al que todos daban por muerto, ha reaparecido en el antiguo Reino Nazarí, incitando a los moriscos que aún continúan en su tierra, a proseguir la resistencia. Inmediatamente Felipe II dispone que un Juez Comisionado se desplace hasta Granada para que investigue los hechos y a la vez, que fiscalice si el destierro de los moriscos se está ejecutando según lo decretado, ante la resistencia de ciertos nobles a despojarse de sus laboriosos vasallos.
En Granada, el Juez toma para que le ayude a Maese Carlos, hombre de frontera, que habla y escribe árabe y ha participado en los acontecimientos. Como primera medida, el Juez se dispone a interrogar a Brianda, última esposa de Abén-Humeya, y nuestro cronista, que es el narrador de esta historia, recibe la noticia con inquietud, ya que él había sido, desde su juventud, un callado admirador de Brianda.