Creció en una casa de escaleras infnitas y goteras en el techo, donde la fantasía y la creatividad volaban caprichosamente por cualquier rincón sin detenerse nunca a tocar el suelo.
En las tardes de invierno, cuando las calles olían a leña quemada, tarta de manzana y mar, solía refugiarse en su lugar favorito, una solitaria biblioteca con paredes repletas de libros viejos y acariciados.
Allí descubría ilustraciones tan fascinantes que parecían contener la llave al reino de la imaginación.
Y mientras observaba y soñaba… comenzó a dibujar.
Actualmente, cumple sus sueños y escribe e ilustra cuentos que aparecen casi de sopetón. Los hay que son perezosos y se despiertan bostezando entre las sábanas, otros tararean alegres entre las hojas de los árboles, se escabullen patizambos hacia alguna madriguera o permanecen inalcanzables en el vuelo de un cernícalo. Susurran tímidos entre las olas o caen sutilmente como pequeños vilanos. Algunos incluso llaman a la ventana cuando despierta la aurora. Picotean muy bajito y surge entonces doña Urraca.