Decía Haruki Murakami que… «El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde», y es absolutamente cierto.
Desde que el último día del mes de enero del 74, el destino me trajo a este mundo. Mi vida, como la de todos los que habitamos este planeta, ha estado marcada traumáticamente por un acto tan cruel como inevitable, que realizamos constantemente y nos moldea segundo a segundo.
Y es elegir. En mi vida, este gesto mental, a veces realizado al azar y otras veces tras un gran trabajo cognitivo táctico, me ha parecido doloroso y condenado al fracaso, debido a que siempre que elegimos, perdemos. Siempre.
Ya sea una elección simple, sin importancia, o una decisión transcendental de gran calado personal. Cada vez que he tenido que elegir en mi vida, he acabado con la sensación de que, con cada decisión, dejaba atrás posibilidades que jamás volverán y podrían haber sido correctas.
Siempre nos centramos en la decisión que hemos tomado, olvidando las posibilidades perdidas, y creo que ese gesto nos hace perder aún más. Creo, sinceramente, que si cada vez que elegimos, ya sea una decisión acertada o no, tuviéramos presente el «camino perdido», tendríamos una visión tan global de todo lo que nos rodea que quizás, en esos momentos tan relevantes de nuestra vida, decidir sería distinto.