Aunque me parece legítima la producción estética como primer motor del arte, -pudiera decirse, hacer lo que se nos da bien desde niños-, sin embargo, además de esto, toda mi vida artística siempre he tenido la utopía de que el arte debía servir para algo más directamente transformador de la realidad, es decir, que no podía acabar la plástica en las paredes de los mecenas o como producto para el mercado, o la poética en ciertos círculos endogámicos. Sí, ya se que muchos han fracasado ya antes en esto, pero quizás haya que ensayar otros modelos y buscar otras formas.Dado el contexto, la 1ª que propongo es que aunque resulte doloroso, quizá haya que sacrificar algo del ego del artista, y derivar la importancia a la obra. Esto suscita la cuestión de la validez de la obra. Otra propuesta es salir de la personal cocina estética y acercarnos al otro. Al otro que a su vez ha salido de sí a los demás desinteresadamente, o ha tenido un sufrimiento excepcional. Es la idea base desarrollada en este proyecto que tiene un carácter colectivista, debatida conjuntamente con Mª del Pilar Gorricho, con la que he compartido la dirección del mismo, ocupándose además ella de las innumerables gestiones para extender esa participación colectiva, así como muchas otras.