Adolescente todavía, catorce primaveras, a partir de esa edad empecé a trabajar (a principios de los años 50); con esa edad ya te enrolaban en ese inicio de obligaciones. Con solo el bachiller elemental, me aficioné a tener siempre un libro entre las manos.
Ya de joven, me gustaba escribir; redactaba cuentos, poemas, versos, relatos… Lo hacía por hobby y entretenimiento. Me leían y les gustaba, hasta que un día, ya bastante mayor, me dije: «¡Siéntate!, piensa y escribe una novela, un tema, unos personajes, un desarrollo y un final que ignoras cual será; no lo sabes ni te importa, pero tú mismo te sorprendes cuando vas a cerrar la historia, ¡cuánto da de sí la imaginación! Escribí una, y luego otra, y otra más…, totalmente diferentes en tema y desarrollo, apartando el grano de la paja para aligerar la lectura, pero sin pretensiones de alcanzar ni la más pequeña cima ni el más reducido otero, porque ya me coge muy mayor y no persigo para nada que me lean, pero por probar que no quede.
Sin estudios superiores, pero con ganas de leer siempre y con la sola pretensión de manejar el idioma con soltura, gracias a la gran riqueza léxica que solo tiene nuestro idioma.