Hace diez años que empecé a engendrar Jardines descolgados, un libro concebido con Shemirramis —mi álter ego—, esa mujer que todos los hombres llevamos en el alma, pero que muchos maltratan
y acaban extinguiendo. Dos años más tarde, empecé a hilvanar Lenguas de fuego, un poemario de amor y pasión que rompía moldes y esquemas. Se me acusó de «antipoeta» y mercenario del verso
porque no dejé que la trinidad académica (medida, ritmo y rima) coartara mi inspiración, al igual que los artistas del óleo rompieron con el realismo figurativo y crearon nuevos horizontes donde expresar sus emociones.
Hoy os presento mi octavo poemario que, tras Toque de rebato y Plenilunio, sigue quebrando moldes con su quilla, como un rompehielos atravesando los polos literarios. Espero que me acompañéis en este viaje hasta el final de la singladura y que de vez en cuando os volváis a sumergir entre sus olas.
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